viernes, 27 de julio de 2007

Ilusiones

La ilusión es un bicho raro. Es difícil de encontrar. A mí, por lo menos, me cuesta. Uno puede estar días enteros, semanas sin que la ilusión aparezca en el camino, en el metro, en la calle. Lo normal es que vayamos al trabajo, salgamos para comer, durmamos una siesta. Luego dejar que el tiempo pase abrazado al calor de sol y de asfalto que se posa sobre la ciudad. Salir un poco a la calle. Comprar un libro o un pantalón vaquero. Planificar vacaciones. Ver una serie en la tele. Cenar.
Hay semanas en que el tiempo pasa por delante sin que uno tenga ganas casi de atraparlo. Prefiere dejarlo pasar por delante, como la gente que mira los trenes pasar por las estaciones de cercanías de los pueblos.
Luego puede aparecer de pronto. Una foto, por ejemplo, o una frase acertada en un relato. Un abrazo, por ejemplo. Poca cosa hace falta.
Foto: Risa en Lozoya

martes, 24 de julio de 2007

La gente de mal corazón

No recuerdo el nombre del periódico, pero cayó en mis manos. Lo estuve ojeando, dándole vueltas a las secciones sin mucho interés, leyendo de corrido las columnas más cortas, fijándome en la calidad de las fotografías. Entonces me quedé clavado mirando las viñetas de un comic. El título era algo así como "para aquellos que se fijan en la vida", y relataba una noche de insomnio de un conejo y de su compañera de piso. No hacían nada de particular, uno navegaba por internet y la otra veía la tele. Al final de la historia volvían a la cama para descansar lo que quedaba de noche.
Supongo que muchas de las cosas que vivimos no son interesantes en sí mismas al contarlas, pero son humanas y eso es lo que las hace interesantes. Por eso tengo el impulso de contar algo de cómo ando, de cómo respiro, de cómo me da por fijarme en la forma que tienen las farolas de la plaza de Tirso de Molina, de cómo me fijo en los niños que sostienen torpemente objetos de colores que no consiguen comprender.
Ayer me sucedió algo. Salíamos del supermercado. Íbamos cargados de bolsas y las bolsas estaban cargadas de comida. Era ya tarde. Serían las diez de la noche. Ya había anochecido. Entonces una muchacha nos intentó parar para que le diéramos dinero para comer.
- No -le dije. Fue casi automático, el 'no' de entrada, el mismo 'no' que ella misma estaría acostumbrada a recibir. Seguí andando. Estaba cansado. Tenía ganas de volver a casa.
Diana reaccionó.
- ¿Quieres comida?
- Sí. Lo que sea, por favor.
Le dimos horchata, pan y fruta. Yo quería darle de todo: los yogures, la leche, la pasta, los dulces. La muchacha casi se echó a llorar de agradecimiento.
A mí me entraron ganas de llorar también.
No podía sentirme mucho peor de lo que me sentía mientras subía la cuesta camino de casa.

Foto: Jeroglífico en Navaleno

viernes, 20 de julio de 2007

huellas

Es muy difícil no darse cuenta de lo difícil que es aislarse en la ciudad. Antes de nosotros había gente que utilizaba la misma mesa, que se sentaba en la misma silla de ruedas giratorias que se atascan, que tecleaba en el mismo ordenador o que dormían en la misma cama que ahora nos acoge.
Roberto Arnaz Fernández es el único usuario autorizado del photoshop de mi oficina. Seguramente será el mismo que le hizo una marca muy pequeña, con un lápiz, al monitor. A mi casa llegan cartas a nombre de cuatro personas diferentes. Alba, Rodrigo, Heidi, Ana María. Sus nombres entran en mi vida por la puerta de atrás. Es gente que ha estado a mi lado y que ha tomado un camino que los ha llevado lejos de mí, fuera del círculo gigante que pueden trazar mis brazos al abrirse y girar.
Ahora escribo esto y pienso en mis sábanas y en mi cámara de fotos, en mi ropa de segunda mano, en el teléfono móvil que me prestaron y que dejó de funcionar al cabo de tres meses. Mi coche, la bicicleta que utilicé durante un año en dublín.
Foto: Pequeña catarata en uno de los parques de Valdemoro.

martes, 17 de julio de 2007

Avances


Cada día me levanto con las noticias. En el trabajo leo el periódico una, dos, tres veces. Luego el periódico deportivo. Charlo sobre temas de actualidad. Reviso el libro "El estado del mundo. 2007" de la editorial Akal. Trazo mapas de posibles preguntas. Hago fichas. Releo listas de ministros y secretarios de estado. Balbuceo mentalmente nombres de ciudades japonesas y nórdicas. Intento recordar el número de países con los que hace frontera alemania, la extensión de Suecia y de Ucrania, la cantidad aproximada de habitantes que tendría el Kurdistán en caso de ser reconocido por la comunidad internacional, los nombres de los países que son parte integrante del consejo permanente de seguridad de las naciones unidas y el lugar en que se encuentra su sede.
Todo para un examen.
Lo reconozco. No he trabajado mucho para preparármelo. No mucho tiempo. Pero en el tiempo que he estado preparándomelo he dejado casi todo lo demás de lado. He dejado a Ana y sus cervecitas en Lavapiés, la lectura de "El Danubio de Magris", la fotografía, salir con mi gheisa y escribir a diario.
Hoy salen las notas, o eso me han dicho. Supongo que no habrá suerte, porque entre 6000 personas es complicado destacar. Pero me quedo con la sensación de haber hecho un intento, un intento bueno, y ahora me abro al mundo y al verano.
Foto: Ventanas de un edificio de apartamentos. Soria. 2007

miércoles, 11 de julio de 2007

retratos




En la película en pleno verano hay un personaje oscuro. Se trata de un fotógrafo que dice no encontrar la paz en los rostros de la gente. Ese es el motivo por el que se dedica a la fotografía de plantas en el museo botánico de la capital.
Yo, la verdad, no sé si estar de acuerdo con él o no. Lo único que tengo claro es que los retratos me aportan mucho más que las flores. Cuando hago una foto de flores es por cobardía. Prefiero mirar a los ojos a la vida y disparar para dejarla bien adentro en el recuerdo como si fuera un tatuaje que permaneciera para siempre en la retina.
Así quedaron, para la posteridad, Maite, Eva y Mariángeles. Tal como son ahora, exactamente igual a como no volverán a ser jamás por mucho que se empeñen, se quejen y pataleen.
Imágenes tomadas cerca del puente de triana, en una terraza junto al río.

lunes, 9 de julio de 2007

En irache

Parecía de lejos un paraguas frustrado. Me acerqué y el objetivo de la cámara me permitió llegar un poco más lejos. Ahí estaba esa estructura extraña, sin telas negras ni promesas de tormenta entre las viñas.
El monasterio, en frente, nos miraba a los dos serenamente. Los periodistas con los que iba en el viaje chismorreaban sobre fútbol a unos metros. Hice la foto y volví con ellos. A todos nos parecía bien que se haya ido Capello del Madrid. Al menos eso es lo que recuerdo ahora, unos días más tarde.

miércoles, 4 de julio de 2007

la cárcel

Se intentaba zafar. Quería escaparse. Su cárcel era esa torre y a través de los barrotes finos podía ver el cielo.
En una hornacina de la torre de la iglesia había una paloma muerta con la cabeza destrozada. En las escaleras había otra más. Esta, la que fotografié, estaba viva todavía. Intentaba llegar más lejos, a las grúas de colores chillones, a posarse en las farolas de las plazoletas. Al cabo de un par de minutos y de cinco fotografías me marché. Supongo que moriría algún tiempo más tarde.