
Supongo que muchas de las cosas que vivimos no son interesantes en sí mismas al contarlas, pero son humanas y eso es lo que las hace interesantes. Por eso tengo el impulso de contar algo de cómo ando, de cómo respiro, de cómo me da por fijarme en la forma que tienen las farolas de la plaza de Tirso de Molina, de cómo me fijo en los niños que sostienen torpemente objetos de colores que no consiguen comprender.
Ayer me sucedió algo. Salíamos del supermercado. Íbamos cargados de bolsas y las bolsas estaban cargadas de comida. Era ya tarde. Serían las diez de la noche. Ya había anochecido. Entonces una muchacha nos intentó parar para que le diéramos dinero para comer.
- No -le dije. Fue casi automático, el 'no' de entrada, el mismo 'no' que ella misma estaría acostumbrada a recibir. Seguí andando. Estaba cansado. Tenía ganas de volver a casa.
Diana reaccionó.
- ¿Quieres comida?
- Sí. Lo que sea, por favor.
Le dimos horchata, pan y fruta. Yo quería darle de todo: los yogures, la leche, la pasta, los dulces. La muchacha casi se echó a llorar de agradecimiento.
A mí me entraron ganas de llorar también.
No podía sentirme mucho peor de lo que me sentía mientras subía la cuesta camino de casa.
Foto: Jeroglífico en Navaleno
1 comentario:
El periódico que mirabas sin tanta atención era El País y una de sus viñetas fijas. Pero no importa, basta con que te fijes más en los detalles cotidianos como este que narras aqui.
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