Es difícil caminar a contraluz.
A contraluz duelen los ojos.
A contraluz uno siente el calor del sol en la cara
igual que cuando uno ve el mar por vez primera y piensa
que es tercamente imposible, una ilusión, nada más que un engaño.
Una niña en el metro le hablaba de sus amigas del colegio a una desconocida vestida con traje de chaqueta. Llegó la parada de la niña y, al despedirse, se presentó.
- Me llamo Julia. Para cuando nos volvamos a ver. Así me llamas por mi nombre.
La mujer se rió. Le dijo adiós y olvidó su nombre al momento.
En Lavapiés un tipo me pidió la otra noche, "con toda la sinceridad del mundo", unos céntimos para vino. Duerme en la calle. Lo veo a veces por la mañana, tapado con unas mantas en mitad de la plaza. Le di un euro y me largué de allí.
Es extraño este mundo, pensé. Yo estaba preocupado por el nuevo piso que iba a alquilar, por la mudanza, por el trabajo, por el dinero que no llega. Mientras, el hombre volvía con sus compañeros de plaza y de noche, feliz con mi euro, su euro, en el bolsillo.