Madrid me gusta.
Podría decir que me encanta, pero a mi sentimiento le quedaría tal vez un poco demasiado grande esa palabra. Déjemoslo en que me gusta.
Me gusta porque vive, porque late.
Me gusta porque es una especie de animal enorme de cemento que parece tener un corazón dentro, muy pequeño, cálido y feroz que ama la vida.
Pero a veces no soy capaz de ella, de Madrid, de verme dentro.
A veces es demasiado metálica, demasiado lúgubre, demasiado avariciosa.
A veces es un ruido de chapas y de cláxones y de miradas que violan.
Entendámonos.
Madrid es una ciudad maravillosa, lo único que hace falta es tener un buen par de ojos benévolos con que verla.
En el trabajo la gente empieza a irse. Se despiden con alivio
- hasta mañana -dicen, como en una letanía.
- hasta mañana -contestan gestos, dedos, brazos, cejas, miradas.
A mí me queda un rato todavía. Un rato corto, lo reconozco, luego vendrán las clases de alemán, como en una tormenta, a llevarse la tarde.
En la foto una puta (o eso es lo que parece, la imagen de una puta. Probablemente sea la encarnación de la lujuria). Está en una de las entradas menores de la catedral de Colonia, a la derecha justo de la puerta principal.
Por cierto, una lástima que no se vean bien del todo las anteriores fotos. Lo siento, de verdad.