
Atardece
y no grito.
Es mejor dejar que el silencio vaya invadiéndome la piel, me digo, como si fuera agua o mercurio.
Mi cuerpo invadido, rodeado, abrazado por un mercurio imposible.
Si no fuera por las páginas en blanco que voy llenando metódicamente, gritaría.
En el mundo de los vivos, mientras tanto, pasan otras cosas.
En el mundo de los vivos, por ejemplo, la gente busca un piso donde mudarse, busca una habitación, una cama, una sábana limpia.
En el mundo de los vivos pasa un autobús súbitamente por una calle llena de coches y me acuerdo de Dani y me acuerdo de Benito y de Mar, y de Víctor y de Pau.
Es un sitio interesante este mundo, pienso.
El autobús se marcha y me deja con los míos.
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