lunes, 16 de abril de 2007

hasta los mismos


Comienzo del viaje: Intercambiador de Avenida de América, Madrid. Ocho de la mañana. Frío. Una cola del copón para conseguir un billete. Destino: Soria.
Pero ¿para qué iba a querer un muchacho como yo, cosmopolita, sencillo, tranquilo, ir a Soria? Dejémoslo en que eran motivos de trabajo (creo que podría hacer un blog sobre el apasionante mundo de las trufas).
Soria es una ciudad que se parece mucho a un pueblo y en la que, según me han dicho, solo hay un taxista. Su oficina, su casa. Famoso, invitado a chatos de vino allá por donde pasa, admirado por mayores y pequeños. El día que le salga competencia puede haber un problema social con manifestaciones por las calles y pancartas de apoyo y votaciones masivas por ver quién es el mejor taxista de la ciudad(tema para un relato).
Navaleno es un pueblo con algunos habitantes menos que Soria (no demasiados). Lo único que se echaba en falta era la ausencia de taxista. Allí llegan dos autoobuses diarios. Yo llegué en el primero y tenía que irme en el siguiente, cuatro horas y media más tarde. Lo que sucede es que los asuntos que por allí me llevaban no me ocuparon más de una hora y media. Empezó a llover. La marquesina de cemento tenía grietas, así que estar dentro y estar fuera de la marquesina era exactamente igual.
Acabé viendo los programas del corazón de por la tarde en el único bar abierto del pueblo.
Fuera diluviaba. Tenía empapados los calcetines.

3 comentarios:

Víctor González Quevedo dijo...

Ay mi querido amigo!

La dureza de Castilla...

en fin.

Un abrazo.

Deftonia dijo...

Bueno, bueno, bueno, vaya viajecitos :)
No está mal... Te quejarás de tu trabajo, que os tienen todo el día de aquí para allá, jajaja.
Bueno, supongo que ahora estarás algo mejor, ya que os han cambiado de oficina...
Besotes y calcetines secos!!

Dani dijo...

Campos de Castilla, no?